Hace ya casi un año y medio que el coronavirus nos tiene a los saltos. Nuestras esperanzas nos sostenían pensando en que pasaría rápido... Pero no. Y a muchos la pandemia les sigue quitando el sueño, literalmente. “Desde el primer día de teletrabajo noté que mi jornada laboral en casa no coincidía con la de la oficina: paso mucho más tiempo frente a la computadora -contaba hace poco más de un año Maximiliano Fernández Lobo, que trabaja en Radio Universidad de la UNT y es docente-. Mi idea era al menos cenar desconectado y ver un capítulo de mi serie. Pero sin darme cuenta veía tres o cuatro... Me costaba dormirme; todo se desplazó, y hoy la mayoría de mis días comienza a las 11 y termina a las 4”. Maxi, por supuesto, no era el único.

¿Qué nos pasó? “Lo que nos pasó en realidad no pasó; sigue pasando y en algún punto se agrava: la crisis se está cronificando”, señala Carmina Varela, psicóloga gestáltica especialista en inteligencia emocional, y destaca que es importante diferenciar entre insomnio crónico y agudo: es este el relacionado con la pandemia. “Lo producen situaciones existenciales puntuales que alteran, entre otras cosas, el sueño”, explica, y añade: “integra nuestro sistema de alertas, fundamentales para la supervivencia, y es uno de los modos en que el sistema nervioso reacciona en una crisis puntual”.

“Pero la pandemia hace rato dejó de ser un estresor agudo y nuestra capacidad de respuesta es cada vez menor; entonces estalla como síntoma: el insomnio que permanece es también señal de alerta, pero ya no de una situación puntual”, agrega.

“Es lógico el insomnio. Nuestra rutina diaria nos marca el reloj biológico. El cuerpo está preparado para seguir ese ritmo -explica Santiago Assaf, especialista en trastornos de sueño del hospital Avellaneda-. Antes de la pandemia había horarios de inicio (y no menos importante, de finalización) para todo; hasta para deportes y actividades recreativas” . “Aunque en quizá se recuperó en parte, ese ritmo se quebró y nos lleva a hacer actividades a deshora; para colmo, muchas de esas actividades pasaron a la pantalla, el peor enemigo -advierte-: el estímulo lumínico inhibe la producción de melatonina”.

Si sumamos la disminución de contactos físicos, el bombardeo de noticias, la incertidumbre, las posibilidades de relajarnos disminuyen. Y entonces el insomnio acecha ya no como una defensa ante el peligro, sino como un fantasma.

El mensajero

“El ‘bichito humano’ que somos necesita variables mínimas para estar más o menos en equilibrio: tiempo, espacio y vínculos seguros. Pero las cosas a las que nos aferrábamos, nos daban orden y de alguna manera construyen nuestra identidad (trabajo, vínculos, deportes, actividades grupales) se vieron alteradas”, resalta Varela, y explica que la incertidumbre y la falta de seguridad son percibidas por el sistema nervioso como situación psicológicamente peligrosa. “En ese contexto, aparecen los síntomas. Y así -insiste- tenemos que pensar el insomnio. No matemos el mensajero: está diciendo que el cuerpo está en desequilibrio”.

“Sufrimos un golpe, y nos sacó del eje. Tenemos que reacomodarnos”, coincide Assaf. “Recibí muchas consultas; y en numerosos casos piden medicación. Puede haber pacientes que la necesiten; pero en general se trata de recuperar hábitos”.

Solución

Vamos de lo “fácil” a lo más complejo, y lo primero -resalta Varela- es descartar causas orgánicas. “Puede haber apnea de sueño; cuestiones hormonales, falta de neutrotransmisores, por ejemplo, o ciertos medicamentos... eso debe constatarlo un médico”, explica y agrega que también hay que tener en cuenta cuestiones ambientales: que el colchón sea bueno, la ubicación y la intensidad de la luz en la habitación, y -coincide con Assaf- ¡las pantallas antes de dormir!

Pero si todo esto está en orden, agrega, es hora de mirar hacia adentro. “No nos damos cuenta de los muchos mecanismos de resiliencia que sí hemos desarrollado; pero hay personas para las cuales es más costoso. El insomnio que persiste es señal de que la vida está alterada también en otras cuestiones: casi con seguridad no se alimentan bien; hacen poca actividad física; tienen dificultades para separar los tiempos de trabajo y los de ocio, y olvidan la necesidad de disfrutar. Los límites claros son cruciales”, asegura Varela.

“Es lo que llamo minimalismo afectivo y social -agrega-. Si mis recursos afectivos apenas alcanzan para hacerme cargo de mí, no puedo decir sí a todo. Dar, dar y dar termina vaciándome; hay que saber (y aceptar) lo que no puedo. La autoexigencia del exitismo y las demandas externas producen un shock de adrenalina”. Y una vida así, asegura, genera el círculo vicioso: no se descansa, se alteran la memoria y la atención; se produce fatiga, el rendimiento cae más, y la autoexigencia se ve más frustrada.

La solución -explica Varela- pasa por ordenar lo biológico y lo social, además de parar el “ruido mental”. “Estas personas no pueden parar de pensar, pero tampoco pueden resolver; las atormenta ‘lo que puede llegar a pasar’, y la propia demanda (a veces reforzada por las externas) les impide estar ‘en el presente’. Llegan a la noche con todo acumulado... El insomnio es la consecuencia”.

Se puede

“Logré regularizara mi sueño. Sigo sin dormir ocho horas, pero estoy pudiendo conciliar el sueño pasada la medianoche y despiertar entre las 7.30 y las 8 -testimonia Maxi-. Creo que el insomnio se debía al estado de incertidumbre enorme de los primeros meses, pero logré superar ese estado... Creo que aprendí a manejar el hecho de no saber cuándo terminará la pandemia y generé nuevas rutinas; así siento que ya no hay tanta incertidumbre”.

Muchas veces -resalta Varela-, no alcanza con la fuerza de voluntad: “el insomnio nos indica que el zapato aprieta, y cualquiera sea el abordaje, es importante que haga mi parte y esté atenta a mi vida. Preguntas como ‘¿que necesito para estar más tranquila?; ‘¿lo que me preocupa es urgencia mía o de alguien más? Y sobre todo: ¿ para qué me preocupo ahora de algo que no puedo resolver hoy?’ son muy importantes”, advierte.

“Y no olvidar - insiste- que para parar la cabeza hay antídotos sencillos: comer bien, moverse, restringir la exposición a demandas y estímulos externos, y frenar, de ser posible, siempre en el mismo horario (recordemos la importancia de las rutinas). Parar y respirar concentrado, estirarse y hacer algún tipo de meditación ayudan a llegar a la noche con menos ruido en la cabeza”.